Algunas personas son excelentes dadoras de regalos. Si alguna vez ha recibido un regalo muy significativo, sentirá inmediatamente, toda la consideración y atención que esa persona ha dedicado al elegir ese regalo especialmente para usted. Nos conmueve el regalo en sí, pero más aún la persona que nos lo dio. De hecho, algo del dador nos ha sido dado más allá del obsequio mismo. De manera más perfecta, cuando Dios nos da un don, nos da más que ese don o ese regalo; Él se nos da a sí mismo.
En esta temporada de dar regalos, podemos caer en la tentación de olvidar que Cristo es el regalo más importante de la Navidad. Quizás eso suena a cliché o a un concepto demasiado común. La parábola de los talentos en el Evangelio de Mateo 25:14-30 nos ayudará a sacudir las cosas y ponerlas en su lugar, como quien voltea uno de esos globos de nieve. Jesús dice:
-Es como cuando un hombre que va hacer un largo viaje, llama a sus siervos y les confía sus bienes. A uno le dio cinco talentos; a otro, dos; y a un tercero, uno, a cada cual según su capacidad. Luego partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos se fue a negociar con ellos, e hizo otros cinco. Igualmente, el que recibió dos ganó otros dos…- (Mt 25, 15-17).
Podemos identificar fácilmente al hombre que va de viaje como Jesús, el Dador, que ha ascendido al Padre y ha dado dones a los hombres (cf. Ef 4, 8). A partir de estos versículos iniciales podemos esbozar tres cualidades significativas del Dador tal como se reflejan en al menos dos de sus siervos.
La primera cualidad es que el Dador confía; confía lo que es Suyo a sus siervos. Dios confía en nosotros; ¡Él nos considera dignos de confianza! Tan solo eso debería llenarnos de gran confianza… y también de reverencia.
La segunda cualidad es la generosidad del Dador. Su generosidad provoca una respuesta generosa. En Sus dones, sentimos la necesidad de dar. La parábola da la sensación de que todo el tiempo que el amo estuvo fuera, los sirvientes generosamente se dedicaron a tratar de aumentar los regalos de su amo. Debemos notar aquí que el Maestro da “a cada uno según su capacidad”. Cuanto más fructíferos seamos con sus dones, mayor será nuestra capacidad para recibir más: “Porque a todo el que tiene, se le dará más y se enriquecerá; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (v. 29).
La tercera cualidad es la emoción y la energía; el entusiasmo. Cuando Dios da, el don genera una gran emoción y tenemos mucha energía para hacer que el don sea fecundo. Curiosamente, el amo no parece dar ninguna instrucción con respecto a los talentos y, sin embargo, inmediatamente los dos sirvientes se dispusieron diligentemente a duplicar la inversión.
Estas cualidades de ser digno de confianza, generoso y entusiasta, tienen su fuente en el Dador y se reprodujeron en los dones. Sin embargo, Dios no solo nos da algo, El se da a sí mismo.
A los siervos se les ha dado más allá de un talento y lo reconocemos por la respuesta que da el amo a su regreso: “Bien!, siervo bueno y fiel… Ven, comparte la alegría de tu señor” (v. 21). Más allá de devolver su inversión al propietario legítimo, estos dos sirvientes comparten la alegría de su amo, es decir, ¡Su presencia! ¿Acaso no nos gustaría escuchar al Señor decirnos eso cuando le presentemos el regalo de nuestra vida al final de nuestros días aquí en la tierra?
Por supuesto, también está ese sirviente que enterró/escondió el regalo de su amo. Es el Scrooge original, exhibiendo todas las cualidades contrarias: desconfiado, avaro, temeroso y perezoso. Al enterrar el regalo, es como si en realidad no lo recibiera. Desgraciadamente, cuando llegaba el día en que el amo resarcía su inversión, aquel siervo oía las duras palabras: “Y a ese siervo inútil echadlo a las tinieblas de afuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. (v. 30).
“El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su amo” (Is 1,3). ¿Qué sucede cuando reconocemos y aceptamos plenamente el regalo de Cristo en Navidad? ¡Nos convertimos en un regalo para nosotros mismos! El Padre nos regaló a Su Hijo en Navidad, quien se regala de nuevo a Su Padre. Nosotros también somos ‘recogidos en El, a través de Su amor’ y las cualidades del Dador se reflejan en nosotros cuando Le devolvemos nuestra vida. La recompensa de una entrega a Dios digna de confianza, generosa y entusiasta será escuchar las palabras del Dador: “Bien, siervo bueno y fiel. ¡Venid! ¡Comparte la alegría de tu Maestro!”